El 28 de noviembre de 2022, partí con un joven, un desconocido para mí, en una caminata de tres meses recorriendo más de 1.500 kilómetros. Era su última oportunidad, como menor que se enfrentaba a acciones legales, de unirse a un proyecto de reinserción social.

El adolescente con el que iba no podía llevar móvil, dinero ni música grabada: sólo cuatro euros y treinta céntimos de calderilla. Entre los dos teníamos setenta euros para alojamiento, comida y otras necesidades. Teníamos un día de descanso cada diez días. Fue una experiencia emocional a puerta cerrada durante tres meses.

El joven había sido informado de que, si lo deseaba, podía poner fin a la experiencia en cualquier momento y volver a su situación anterior. Colocado en un hogar de acogida por los Servicios de Protección de Menores, con un juicio penal en curso y habiendo fracasado todos los intentos anteriores de ayudarle, S. era uno de esos jóvenes maltratados por la vida, que han vivido historias dramáticas. Abandonados por sus familias, estos adolescentes están bajo presión psicológica y son víctimas de los adultos que deberían haber cuidado de ellos.

Me involucré en programas de reinserción a través de la asociación Seuil, creada hace veinte años por Bernard Ollivier, periodista y escritor francés que tuvo la intuición de proponer al Estado francés la idea de sacar de los centros de detención a jóvenes que habían cometido delitos menores y ponerlos a caminar. Un joven caminante cuesta al Estado tres veces menos que un preso, y además existe la posibilidad de redención. Los jóvenes que han pasado por la cárcel antes de llegar a la edad adulta tienen un 90% de posibilidades de reincidir...