Como un pintor clásico, escenifiqué esta serie fotográfica en mi estudio de pintura y en lugares al aire libre. Veo estos paisajes interiores y exteriores como un espacio donde el cuerpo se encuentra con la naturaleza y negocia sus diferencias y similitudes. Colecciono objetos, algunos inmutables, otros como flores y frutas que dejo que se pudran. Los objetos perecederos me atraen por su transición observable. Su piel se convierte en un material que me encanta mirar, aparece una nueva textura y color. Utilizo la vegetación como lenguaje visual para vincular la naturaleza muerta, el paisaje y el retrato. Mi estudio se centra en el propio proceso de creación, la búsqueda de un sentido de pertenencia al mundo y a mi cuerpo femenino. El límite de la piel es una geografía íntima pero universal que constituye el hilo conductor de mi obra.

Me interesa el simbolismo visual, la cualidad efímera de la materia orgánica para representar el tiempo o la recurrencia del elemento agua como matriz original, lo femenino. Estos símbolos puntúan mis imágenes y forman un rebus personal que quiere ser común e inclusivo. La mirada es solicitada en un intercambio continuo entre el exterior y el interior, el reflejo del espejo es una mano tendida hacia el espectador.